En Igualada, Cataluña, Enric Miralles no diseñó un cementerio; trazó una conversación. Aquí, donde otros arquitectos habrían erigido una capilla, Miralles dejó un vacío, un espacio que no dicta cómo llorar, solo deja que ocurra. Es un lugar para estar, no para cerrar. El paisaje no se impone: dialoga con las montañas, con las sombras, con el tiempo. Los caminos quebrados y las texturas ásperas son más que diseño; son la traducción arquitectónica de la fragilidad y la fortaleza humanas. En vez de imponer un final, este cementerio insinúa que la historia siempre sigue, aunque a veces en silencio.

You may also like

Back to Top